Lena Pettersson
Aunque resulta difícil recordar qué día de la semana es, viviendo en el campo no tiene una ninguna duda acerca de en qué estación del año estamos. Tengo la suerte de ver cada día el paso de la primavera. La floración de los frutales se han sucedido de forma escalonada (poca fruta va a haber este año también, ya que hasta hace poco ha habido muchas heladas nocturnas), y ahora toca al cerezo, a los membrilleros y a los manzanos.
…Da cierta nostalgia ver dos sillas juntas; creo que todos añoramos la normalidad de poder conversar con los amigos en persona…
También florece el primer Lirio, y otro Iris, que por alguna razón (¿cambio del ph del suelo?) cada año sale más blanco.
Entre las hierbas silvestres, hay cada vez más de ellas floreciendo. Muchas de ellas son comestibles; en Voces de Ávila tenemos la intención de contar pronto algo más en detalle sobre ellas. Por ejemplo sobre el Diente de León, la Violeta, o la Hierba del Ajo:
…Me pregunto cuántas personas, de todas las que están encerradas en sus casas, pueden mirar por la ventana y ver algún árbol, alguna flor, o al menos algo de verde. Y pienso que en las normas urbanísticas y de edificación se debería también contemplar la luz que entra en las casas, y la existencia de espacios verdes en cada barrio…
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Uno de los libros más importantes, impresionantes e emocionantes que he leído el último año trata de la relación entre los seres humanos y la naturaleza (en este caso los árboles). Es la última novela de Richard Powers, «The Overstory» en inglés, «El clamor de los bosques» en español. De ella he copiado el siguiente extracto, que cuenta el momento en él que Mimi descubre que han cortado los pinos que antes veía de la ventana de su oficina, y bajo los que solía desayunar cada mañana:
…A las siete y media de la mañana, Mimi llega a la oficina, más temprano de lo habitual. Han cancelado un pedido de propulsoresde bombas centrífugas desde Argentina. Suelta el café, enciende las luces, conecta el ordenador y espera para entrar en la red corporativa. Se gira para echar un vistazo al exterior y suelta un grito. Donde debería haber follaje, no hay más que una extensión de cumulonimbos azules grisáceos.
Dos minutos después, se encuentra en el terreno pelado donde crecían los árboles que antes observaba cuando necesitaba un momento de recuerdo y de paz. Ni siquiera se ha cambiado las zapatillas por los zapatos destalonados. El sobrio claro niega que allí haya sucedido algo. No queda ni un tronco, ni una rama, solo serrín y agujas alrededor de los tocones planos y frescos. Madera anaranjada expuesta al aire, savia que brota del borde exterior de los anillos; un anillo detrás de otro, muchos más anillos de los años que ella tiene.
Y el olor, ese olor a anticipación y pérdida, a pino recién cortado. El mensaje, la medicina que funcionaba en su cerebro, ahora se concentra y se expone a la muerte. Empieza a lloviznar y cierra los ojos. Está desbordada por la indignación, por la malicia del hombre, por una sensación de injusticia mayor que su vida, por la antigua pérdida que nunca jamás será repuesta. Cuando vuelve a abrir los ojos, la verdad asalta su cabeza. Como la Iluminación, pero sin brillo…
Recomiendo el libro.