Juan Carlos Rico Jiménez
Todos los años en verano, al pasar por la plaza, veo a la Señora Bibiana y Ambrosio sentados bajo la sombra de una acacia.”¡Secretariooo!”, me espeta ella ya desde lejos, y yo contesto siempre con un «qué bien estamos ahí a la sombra». Me sonrío y ellos también.
Ese árbol, esa sombra, y ese saludo se repiten año tras año, y nos gusta que asi sea. Los dos ancianos y sus vecinos disfrutan del devenir del pueblo, a la sombra, como si estuvieran en el palco de un gran teatro. Me pregunto si quien plantó ese árbol hace 30 años era consciente del bien que hacía.
Hace poco escuché a una vecina de un pequeño pueblo de Ávila quejarse airadamente ante el hecho de que el ayuntamiento había plantado un arbol en la acera donde tenía un solar abandonado, en ruinas. Argumentaba que en unos años su muro a medio caer caería entero. En ese momento mi cabeza se llenó de razones en defensa de ese arbol, y de los árboles en general: pensé en el invierno, cuando después de una helada o una pequeña nevada pasamos por los encinares abulenses, y vemos, como sombras reflejadas en el suelo, esos lugares donde ni la nieve ni la helada han llegado, ya que debajo de cada encina ha habido unos pocos grados más, y ahí se refugia la vaca avileña. En verano y en las mismas dehesas el ganado huye del sol; ahora sí es la sombra de la copa la que baja las temperaturas e impide que la poca humedad que hay en el suelo se escape con el sol.
Observamos también debajo de cada encina miles de bellotas partidas, comidas y roídas; es el regalo de este árbol a todos los habitantes del bosque en otoño e invierno. También lo fue a los pobladores de Avila en tiempos preteritos, cuando el hambre era una cuestión de vida o muerte. Las raíces sostienen el suelo, sus restos de hojas y ramas caídos lo enriquecen y hacen fertil, ese humus retiene como si de una esponja se tratara el agua que tan escasa resulta en el entorno de nuestra ciudad.
Por si fuera poco con la fotosintesis nos purifica el aire que respiramos, y cuando el encinar es denso y biodiverso sus copas, sus hojas y todo él provoca que las nubes que nos sobrevuelan nos descarguen el agua, por una serie de efectos físicos que hacen que los árboles modifiquen nuestra atmosfera creando una especie de vacío que atrae a ese aire con más humedad.
Hablamos del encinar abulense, pero podriamos decir lo mismo de cualquier bosque adulto.
Y en su entorno están las aves, los insectos, los hongos, todo un mundo de riqueza natural, y está el hombre, aprovechando la leña y frutos de los bosques.
Parece pues que plantar árboles y cuidarlos es una actividad que beneficia al planeta, a los ganaderos, a los agricultores y a los ciudadanos en general. Es, como diria algún científico, una verdad irrefutable.
Y todo esto nos lleva a los enemigos de los bosques y de los árboles. Y aquí, con mucha pena, entramos en el Ávila profunda, esa España que cargada de argumentos de fantasía defiende con rabia actitudes que nos llevan a la destrucción. Esos necios y tontos que se empeñan en destruir nuestros árboles y como consecuencia directa, autodestruirse.
Algunos queman el bosque pensando que es bueno para los pastos de su ganado; años despues se quejan de las sequías y piden ayudas de la sociedad, o que les limpien las aguas sucias que bajan de los montes erosionados. Otros los queman para que los lobos no se refugien en ellos, y después piden que las enfermedades que portan los herbívoros se eliminen a tiros. Están los de las administraciones que talan los olmos y chopos junto a carreteras como si no hubiera un mañana, eliminando cada año miles de ejemplares, o los que se dicen protectores de nuestras aguas, autorizando y cortando alamedas enteras junto a los rios. También están los de las casas de los pueblos, que por culpa de unas ramas creen que van a tener mas bichos en verano y no dejan crecer ni plantar árboles en sus aceras; a algunos dentro de los pueblos los hemos visto con nocturnidad echando el herbicida a los pies de los árboles enemigos, y a muchos ediles los vemos mandar podar, como si de expertos se tratara, desmochando a diestro y siniestro.
Seria casi infinita la lista de maldades mal atribuidas a los árboles por estos necios, y esto es solo una serie de ejemplos de esa parte de nosotros mismos que nos averguenza, que incluso en gentes con «carrera» solo demuestra que entre los abulenses todavia hay mucha falta de cultura, de cultura por el bien del planeta, de la provincia y de nuestros hijos y descendientes. Tal vez en la era de internet, antes de cortar o envenenar un árbol, deberiamos escuchar y leer a muchos grandes hombres que entendieron la importancia de plantar un arbol. Ya que solo los idiotas matan un árbol sin buscar una alternativa.
Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol. – Martin Luther King.
