Pablo Marín Martín
Érase una vez un pueblecito asentado en un vallejo escondido al pie de la sierra de Gredos. De casas de piedra y ladrillo visto con travesaños de madera. Pintoresco y con la gracia de toda aldea serrana, fue presa del encanto de fotógrafos de época. Los aleros de las viviendas volaban hasta casi juntarse de un lado a otro de la calle para guarecer a sus gentes y a sus fachadas de las generosas lluvias. Algunas calles contaban con una regadera para recoger el agua y encauzarlo al río. Sus gentes hablaban con ese deje serrano meridional, a caballo entre los de Toledo y extremeños, distante de los neutros entones de la meseta norte, al otro lado de las sierras.
Uno de sus barrios era todo de casas colgadas sobre el río. Las gentes, con el sudor de su frente, subieron los cantos rodados del río. Trabajaron como hormigas y crearon estampas bellas y únicas donde se desarrollaba la vida, transcurrían sus días.
Casas colgadas sobre el río. Entre el río y las casas, se observa una especie de sendero que es en realidad una acequia para riego. La conocida como “presa del Puente”. El ramaje en primer plano y a la izquierda es un fresno que por entonces ya alcanzaba buena talla hace unos 100 años.
Pero esos tiempos ya son historia. Llegaron las “moderneces”, la fase de asociar arquitectura popular con ruina. Empezó a ser todo a lo grande, feo, horrible. Las normas no escritas empezaron a desvanecerse y, las escritas, a no causar efecto, porque, ¿de qué sirve la burocracia, los permisos, si a la hora de la verdad uno acaba haciendo con la reforma de su casa lo que le viene en gana? El “es que Fulano ha hecho lo que ha querido, así que sienta precedente y yo le sigo” empezó a estar a la orden del día. ¿Y qué sucedió?: que se cargaron el pueblo. En unas pocas décadas durante el siglo pasado arrasaron con casi cualquier vestigio de la arquitectura popular, desvirtuando gran parte del encanto de esta aldea serrana.
Por suerte el pueblo contaba con un emblemático fresno junto al puente que hay en la plaza (imagen anterior). Situado a la orilla de una chorrera, sobre un lancherón, soportaba con estoicismo los embates del tiempo y de la era moderna. Debió de nacer en algún remoto año, siglos atrás, y ha mantenido el porte alto gracias a su inaccesibilidad desde al menos la época en que contamos con archivos gráficos. El resto de fresnos de alrededor fueron aprovechados para alimento de cabras y eran “jachueleados”, cortados frecuentemente de cepa, rebrotando cada año. Pero este no. Éste se alzaba por encima del puente con el porte esbelto que caracteriza a los fresnos, para acabar por dar sombra a la calle que sorteaba el río a su encuentro.
Imagen de la colección de Otto Wunderlich. Aunque no es la más cercana al árbol, sí permite hacerse a la idea del porte enorme que presentaba el fresno hace un siglo (círculo verde), sobresaliendo, desde el bajo del río, hasta destacar muy por encima del puente.
A principios de los 2000, hace más de 15 años, le podaron drásticamente. Como si fuese una vid, le dejaron seis pulgares, en este caso, ramos de 30 cm de diámetro. El fresno (como especie rebrotadora que es) tardó en brotar dado el nivel de la agresión, pero al final se recompuso. Eso sí, muriendo algunos de esos pulgares que quedaron como muñones. Estos últimos años estaba precioso, vigoroso y con un ramaje joven.

En enero le han realizado otra poda. Por llamarlo de alguna forma, porque ha sido una auténtica mutilación. En esta ocasión no le han dejado unos pulgares como la otra vez. Ni tampoco le han hecho una poda cortando solo parte de la rama nueva, que es lo que debían haber hecho. No. Han cortado por debajo de la anterior vez, dejando un muñón gigantesco sin ramas por las que regenerarse. Algunos todavía decían que había que haberle rebajado unos metros más.

Al fondo de la imagen se ve el resultado final. Su enorme tronco sin una sola rama. Las casas de la derecha (bastante poco atractivas a la vista) sustituyen a las antiguas casas colgadas.
Estamos casi en mayo y no ha brotado, Ojalá sea que permanezca en cuarentena, como hacen los vecinos, y acabe saliendo de esta. Pero cada vez veo más claro que puede haberse cansado de sufrir la estupidez humana. Aquella candidatura que en mitin de campaña seducía a sus vecinos con mensajes viciados de hipocresía como: “tenemos un río precioso que pasa por mitad del pueblo…hay que sacarle provecho”. Pues casi lo primero que hicieron al entrar a gobernar fue esta tropelía.
Este fresno ya estuvo en el punto de mira hace décadas. Cuando hicieron intento de reconstruir la casa que hay a su vera (a la izquierda en las fotos). Volaron una terraza hacia el río que en la construcción antigua no existía y lo intentaron envenenar. Supongo que porque les molestaba para la terraza. Pero la gente por entonces salió a la calle y se puso firme ante el abuso. Los dueños de la casa se esfumaron, y la obra quedó como un esqueleto horrendo de vigas metálicas y ladrillos, enfangando un pueblo que debiera mirar más por causar la mejor imagen posible, en vez de por aniquilar lo poquito de atractivo que le queda.
Ahora todo es distinto. El pueblo vive a medio gas. Ya no late ni hierve como antaño. Un pueblo donde cada uno miramos mucho por lo nuestro y nada por lo de todos. Lectores de Voces, ¡oh casualidad!: el ayuntamiento estuvo contemplando la posibilidad de negociar con los actuales dueños de este solar. Es posible que tomasen contacto. Desconozco en qué términos. Y antes de eso allanan el camino y llevan a cabo la mutilación. Curiosas coincidencias para decidirse a realizar la poda por entonces.
Al otro lado del puente, unos alisos flanquean el charco de Hilario, encuadre de numerosas fotos de los visitantes que se detienen a contemplar. Lamentablemente, tampoco se libraron éstos de la masacre. Decían que unos vecinos se quejaban de no poder ver el hueco del puerto del Pico porque las “picollas” de los alisos les tapaban la vista. Y fue el ayuntamiento y cortó las ramas bajas, dejando un triste mocho arriba (la “picolla”, precisamente) y un tronco completamente pelado. Como comprenderéis, el puerto del Pico encima se sigue sin ver. Ni tiene que verse, obviamente, pero si ese era el argumento de base, ni siquiera para eso tuvo sentido la poda de los alisos. Nuestros gobernantes parece que se mueven por el “hay que hacer”, ya que debe de dar mejor imagen siempre que “el estarse quieto”. Pues no, señores. Mal vamos gastando el dinero matando árboles y achicando huertos para hacer paseos sin sentido.
Charco de Hilario. El fresno de la izquierda lo han cortado y las ramas de los dos alisos de la derecha las han podado hasta casi el ápice. Os ahorro la estampa actual. (Foto de R. Cabezas, publicada en el facebook de Covacheros Por El Mundo.)
Lo del paseo de la carretera es otro estropicio: entre la carretera y los huertos discurre una acequia de riego por la cuneta, paralela a la carretera. La intención fue hacer el paseo tapando la acequia, que tiene forma de uve y supone un espacio inservible y peligroso si te caes en ella. Hasta ahí, bien, una buena idea, pero Obras Públicas parece que no permitía un paseo sobre la acequia. No voy a entrar a valorar esa decisión porque la legislación relativa a las vías (carreteras, travesías, etc,…) y a su seguridad la desconozco.
En ese momento, el gobierno debía haber reculado y no hacer el paseo. Además, que por el otro lado de la carretera, hay un arcén muy ancho y que el paseo son poco menos de 50 metros, cuya utilidad (además del balance costes-beneficios) es cuestionable. Entonces, el ayuntamiento, empujado por la necesidad de cumplir sus promesas electorales, decide desmontar una tira de los huertos y hacer el paseo más adentro de la acequia. El terreno pertenece a la carretera, pero son los vecinos quienes sufren los daños en las huertas. Los huertos quedan en alto, y están sujetos por paredes de piedra. Una máquina rompe los muros y deja la tierra negra a la vista, con algo de talud. Los de los huertos se quejan: que el talud es una chapuza, y que cuando rieguen se les va a ir la tierra al paseo, obviamente. Les prometen entonces unos muros de bloques. Solo en el desmonte, calculo que ya van un puñado de miles de euros para algo con tan poca utilidad. Unos días después, hay un revuelo en el ayuntamiento. Un enfrentamiento interno en el partido del gobierno. El alcalde acaba pactando con la oposición, inhabilita al teniente alcalde de sus cargos y en lo que atañe a esta historia, decide que la pared del paseo se haga con piedra vista. Mejor. Más bonito. Más dinero. Mejor haberse estado quieto desde el principio, ¿verdad?
Y vuelvo al inicio del texto: aquellas casas colgadas de encanto, cuyas paredes arrancaban siempre por detrás de la presa del puente. Ahora casi todas han sacado sus terrazas hacia el río. El dueño de una de ellas contaba con espanto cómo oía “clon, clon, clon” cuando llovió a mares en diciembre (lean el artículo de diciembre sobre la borrasca Elsa a su paso por Gredos y lo entenderán). Ese “clon, clon” eran las enormes piedras que arrastraba la corriente pegando contra los pilares que sustentan su terraza, haciéndolos vibrar y vibrando el edificio entero. Quizás llegue el día en que esos pilares caigan y provoquen una catástrofe. A lo mejor ocurre antes de lo que nos pensamos. Por ejemplo, cuando reviente el muro de contención que han hecho recientemente en un arroyo y cuya ejecución ha sido denunciada por la Confederación del Tajo por motivos de peligrosidad. Pero ese es otro trapo sucio, otra decisión nefasta de nuestra corporación municipal y voy estando cansado de contar.
Quizás habría que trabajar de nuevo como hormiguitas como antaño, y demoler las aberraciones y los elementos de riesgo, las negligencias… Esas terrazas que hasta casi en el verano cuando el río no corre apenas, tienen sus pilares metidos en el agua. Pero no. Es más sencillo mutilar un árbol. No me extiendo más. Enhorabuena por nuestros representantes.