Continuamos conociendo a pequeños productores de alimentos en nuestra provincia. Hoy publicamos una entrevista con Pablo Marín Martín, Presidente de la cooperativa «El Castañar» en el Valle del Tietar.
¿Desde cuando eres el presidente de la cooperativa «El Castañar» de tu pueblo, Cuevas del Valle?
Desde hace unos 5 años. Me eligieron por representar la juventud frente a la mayoría de socios, que ya tienen cierta edad. Es una sociedad pequeña, con unos 120 socios en activo.
¿Qué productos tenéis?
Los productos principales son la castaña, el higo fresco y en tercer puesto, el higo seco. También se comercializa membrillo, madroño, zarzamora, orégano silvestre y brevas. Tenemos un higo de regadío de excelente calidad. Somos el pueblo a mayor altitud de la zona, por lo que cosechamos esta fruta hasta bien entrado el mes de octubre.
¿Con qué canales de comercialización contáis?
Trabajamos con un asentador en Mercamadrid, que vende nuestros productos al mejor precio posible y se queda con un porcentaje. Si vende bien, ganamos los dos. Si vende mal, perdemos también los dos. Resulta muy cómodo para un producto perecedero como el higo fresco. El asentador siempre va a absorber toda la producción diaria. Las castañas las vendemos parte a través del asentador, y parte en la misma nave de la cooperativa. No son pocos los castañeros que conocen nuestra fruta, a pesar de que nuestra producción sea modesta, unos 100.000 kg.
¿Por qué has elegido quedarte en tu pueblo?
Desde bien pequeño me gustaba acompañar a mis tíos a sus fincas, y cuando acabé los estudios de biológicas, regresé al pueblo y comencé a dedicarme al campo. De eso hace ya 9 años. No fue una decisión meditada de antemano. Más bien me fui adentrando poco a poco en las tareas del campo, primero como entretenimiento, y cada año con mayor seriedad. Hoy día, incluso, con perspectivas de futuro. Este año he comprado una finca de la que me gustaría poder vivir a medio plazo.
¿Cuál es tu motivación para trabajar el campo en ecológico?
No estoy registrado como agricultor en ecológico. De hecho, me consta que los papeleos son caros. Y el beneficio económico, así a priori, no tiene por qué superar al de otro agricultor cualquiera. Para ello, habría que personalizar la venta, y eso conlleva una logística, y la necesidad de encontrar un consumidor que avale tu filosofía de trabajo, tu respeto por el medio ambiente.
¿La motivación de hacer las cosas como las hago?,… no sabría decirte. Me sale solo. Hay muchos libros sobre agricultura ecológica. Pero no he leído ninguno.
Me consta que te dedicas a clasificar y proteger las variedades de fruto que tenéis en el pueblo. ¿Me puedes hablar un poco de esas castañas «covacheras»?
Sí. Desde muy joven las clases de castaña y sus diferencias me llamaron la atención. En los años que llevo en la cooperativa, he tenido la oportunidad de ver pasar por delante de mis ojos todas esas clases de castañas. Ha sido un placer preguntar y aprender de la gente mayor, como también de pasear por los castañares poniendo a prueba lo que iba aprendiendo, intentando reconocer las distintas clases.
He conseguido identificar 16 variedades diferentes, cada una con su textura, forma, color y sabor. Un verdadero saber popular no escrito. Recopilar y aunar ese conocimiento creo que ayudará a afianzarlo. Pronto lo pondré por escrito en un pequeño libro.

La mitad de esas 16 variedades son estrictamente selecciones locales. Algunas de ellas no han trascendido más allá de ciertas familias. La otra mitad de las castañas tienen su origen en otros pueblos de El Valle del Tiétar, o del Jerte. Me resulta curiosa esta explosión de diversidad de castañas en un pueblo tan pequeño como el mío. Choca bastante con la monotonía de otros pueblos, que apostaron por sólo una o unas pocas variedades injertas.
Hace 4 años presenté un proyecto a La Fundación Biodiversidad con objeto de formalizar una tarea que estoy asumiendo desde hace tiempo. Y ampliarla al resto del valle, recopilando todas las clases de castañas pueblo por pueblo. Encajaba en una de las temáticas de dicha Fundación: La conservación de variedades locales y la biodiversidad genética. No salí escogido. Pero yo sigo trabajando sin descanso para salvaguardar nuestro acervo genético.
¿Está en peligro esta diversidad?
Sí, claramente. Date cuenta de que en los últimos 50 años la enfermedad de la tinta ha hecho estragos en los castañares. Hacia los años 70, se recogían más de un millón de kilos de castañas en el municipio. Ahora se coge una décima parte.. La muerte de los castaños viene a ser como un “cuello de botella” en términos genéticos. Un estrechamiento de la variabilidad genética por reducción de la población. De dos o tres variedades, diría que no quedan más de 10 castaños.
Además, hoy día se está apostando por plantar castaños híbridos, que son más precoces dando castañas a principios de otoño, cuando los precios son más altos. También entran en producción con menos años. A mi entender, es un error el que nos dejemos perder nuestro acervo genético, único e irrepetible, y que ha costado siglos conseguir. Es el fruto del esfuerzo de generaciones. Además la castaña autóctona se conserva mejor y es mucho más rica.
¿Qué estás haciendo ahora para salvaguardar esas clases de castañas?
Mi base de datos es la Cooperativa, jaja. Veo qué socio trae cierta variedad rara o en peligro de desaparecer, y hablo con él. Lo anoto, y más tarde acudo a su finca en la época idónea para coger yemas e injertar con dicha variedad en un lugar conocido y controlado por mí. Si el injerto prende, mantengo ese árbol en estado juvenil (mediante podas) para disponer de abundantes varas, y luego vuelvo a injertar en vivero para ir obteniendo plantas de la clase en peligro. En este caso sobre patrones portainjertos resistentes a la tinta.
¿Cómo se ha producido toda esta diversidad de la que hablas?
Mira: hay castaños silvestres que apenas dan castañas. O son muy malas. Las gentes se fueron fijando en aquellos que daban un fruto con más brillo, más grande, más rico, etc,… Y a través del injerto fueron popularizando estas clases injertas. Al fin y al cabo, todas estas variedades fueron, un día, silvestres, hasta que el hombre las manejó y las fomentó a su antojo. Uno se puede hacer una idea de cómo se fueron cultivando los castañares leyendo Las Ordenanzas de Mombeltrán de 1613, donde se habla de castaños regoldos (silvestres) e injertos.
Sin embargo, al tratarse de variedades locales, muchas veces nos cuesta valorarlas como se merecen. Nadie es profeta en su tierra, como se suele decir. Parece que lo de fuera sea mejor. Y más, si nuestra producción es modesta y no cuenta con la fama de algunas castañas gallegas, por ejemplo.
Modestia aparte, creo que contamos con una fruta de gran vistosidad. De hecho, me alegra haber sabido recientemente que el eco de nuestra castaña con mayor renombre, la variedad “Mantequera”, haya llegado a tierras alejadas como El Bierzo. Allí se la valora.
Cuéntame más de esa castaña tan especial.
El primer castaño Mantequera nació en un humilde corral de cabras. Era un remocho, un castaño “naceízo” como decimos aquí. Las cabras lo mordisqueaban y estaba “atronconado”, hasta cierto año en que el cabrero andaba fuera, y echó una vara derecha. Una vez vistas las castañas que daba, desde ahí se popularizó por cada valle y cada arroyo del municipio hasta convertirse hoy en día en la más abundante.

Es una castaña con un brillo espectacular. Muy maciza, porque no contiene aire, rinde mucho al peso y se conserva muy bien. Su carne es más blanca que la de otras, incluso después de asada, debido al porcentaje de almidón. La gente la conserva durante todo el invierno. No tiene problemas de agusanado, ya que tiene un erizo cubierto por numerosísimas espinas. Y, una vez maduras, caen en granillo, sin erizos, por lo que se recogen con gusto.
Cambiando a un tema más desagradable: ¿Ha llegado la plaga de la avispilla al Tiétar?
A ver. Han llegado castaños infectados procedentes de viveros de Galicia a varios pueblos. Soy testigo de que se han hecho todos los esfuerzos posibles para eliminar y detectar esos plantones. Estoy en contacto con gente comprometida, de Cuevas y de El Arenal. En primavera veremos los resultados, que es cuando se observa si hay agallas.
Gredos es un oasis en medio de dos mesetas. La avispilla no puede llegar por sus propios medios desde zonas infectadas del norte del país. Somos nosotros quienes podemos traerla a través de plantones de zonas con esta plaga. Hay que ser responsables y consecuentes, y ser conscientes de que si no nos tomamos en serio la avispilla, ésta puede suponer la ruina de todos nosotros al introducirla en el valle. Por suerte, yo ya produzco mis propias plantas en el vivero, libres de este temido insecto.
Como agricultor, ¿qué tipo de apoyo desde la Administración te gustaría recibir?
La agricultura de montaña como la conocemos aquí tiene una rentabilidad menor a la de áreas de latifundios. Aquí, todo son pequeñas parcelas, muy trabajosas. Nada se mecaniza en nuestros campos. Pero creo que mantenemos un paisaje único, con unos valores etnográficos, sociales, culturales, e históricos indiscutibles. Nuestras fincas no desplazan al monte, sino que se integran en él. La biodiversidad tras la transformación del paisaje se mantiene, incluso aumenta. Hay cosas como esto en las que no debería primar la rentabilidad, sino el mantenimiento de una forma de vida en consonancia con el medio donde vivimos. Las ayudas deberían ir en ese sentido.
J.V.T.