En tiempos de zozobra

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En su blog «Retorno al corazón del valle», Luis González ha publicado otro artículo muy interesante e importante: https://tietarentransicion.wordpress.com/2020/03/15/en-tiempos-de-zozobra/

Con el permiso de Luis, reproducimos aquí el texto completo:

En tiempos de zozobra

La epidemia del COVID-19 está siendo un ensayo general, a pequeña escala, del muy probable colapso de la economía capitalista. Poblaciones enteras confinadas en sus ciudades, prohibición de viajar, actos multitudinarios cancelados y las instituciones desbordadas y bloqueadas, incapaces de tomar decisiones. Prácticamente todos los sectores de la economía afectados y con grandes pérdidas: el transporte, el turismo, la distribución, las finanzas. Y los servicios públicos, la enseñanza, la sanidad y los cuidados a mayores y dependientes, que ya habían sido sometidos a importantes recortes, sometidos a un fuerte estrés y al borde del colapso.

La crisis sanitaria y económica abierta por la epidemia, que ahora ocupan todo el tiempo de los medios, ha venido a añadirse a la crisis climática, más silenciosa pero que no ha dejado de agravarse año tras año, como lo reflejan todos los informes científicos. A pesar de ello, todas las conferencias de las partes convocadas hasta ahora por Naciones Unidas han terminado en fracaso y, aún sabiendo que las consecuencias del calentamiento global son mucho más devastadoras, no hemos conseguido que los jefes de estado se pongan de acuerdo. A pesar de que está afectando y afectará a un número muchísimo mayor de personas, que morirán o se verán obligadas a migrar en masa, no conseguimos que adopten compromisos vinculantes.

El problema se llama capitalismo

El calentamiento global tiene un origen antropogénico innegable. Está causado por un sistema económico y social depredador, que preconiza el crecimiento incesante de la riqueza monetaria. Para crecer ha convertido la posesión de bienes y el consumo en el motor de la economía, generando una escala de valores en los que el lucro y la competitividad son sus objetivos principales. Este sistema, al que llamamos capitalismo ultraliberal, se ha convertido en el discurso hegemónico y se ha globalizado, imponiendo su discurso como pensamiento único tras el fracaso de las experiencias del llamado “socialismo real”, simbolizado en el momento icónico de la caída del muro de Berlín.

La justificación teórica de la construcción económica y social capitalista brota de la obra de Adam SmithLa Riqueza de las Naciones“, en la que argumenta que perseguir el interés propio de cada individuo conduce al bienestar general. La asunción literal de este predicado ha servido de justificación, con el apoyo de importantes escuelas de economía, para desarrollar un sistema social insolidario, en el que hay un abismo de desigualdad e injusticia y un reparto obsceno de la riqueza.

Imagen 2

Pero el cambio climático ha venido a romper ese devenir histórico triunfal del capitalismo, porque sólo tiene una solución: abandonar el consumo de combustibles fósiles y reducir drásticamente el consumo de energía y materiales. Eso significa poner fin a la producción masiva deslocalizada, al consumo compulsivo, al comercio global y las redes globales de transporte, al turismo masivo y la agricultura industrial, entre otras. Significa, en definitiva, renunciar a las sociedades económicamente avanzadas tal y como las concibe el pensamiento dominante.

Quienes ostentan algún poder o privilegio en este estado de cosas consideran que terminar con el orden económico capitalista es una distopía imposible, que no pueden ni quieren siquiera imaginar, una vuelta a tiempos pretéritos que no saben muy bien cómo calificar, describiéndolo como “volver a las cavernas” o “volver al siglo XVIII”, antes de la revolución industrial. En todo caso lo consideran un retroceso a tiempos oscuros de la humanidad, un fracaso.

La crisis tiene salida

Sin embargo, las generaciones jóvenes son cada vez más conscientes de que están abocadas a un futuro negro e inseguro, en un planeta esquilmado, en el que la vida será dura y difícil, quizá imposible. Por eso exigen acciones decididas para abandonar el consumo de combustibles fósiles y detener el deterioro del clima. Estas exigencias, evidentemente justas y razonables, son calificadas de radicales e imposibles por la industria, la banca y los partidos defensores del liberalismo.

Germany Climate Protest

Pero abandonar el mantra del crecimiento no significa volver al pasado. ¿Quien puede querer volver a aquellos tiempos oscuros de imperios en descomposición, al enfrentamiento entre estados nación y a la vergüenza del colonialismo?. De hecho, aunque quisiéramos no podríamos volver hacia atrás, borrar lo aprendido y olvidar todo lo que ya sabemos:

  • Que cooperar es siempre mejor que competir, a pesar de que la competitividad está incrustada como el valor supremo en la economía y en todas las esferas de la vida.

  • Que una sociedad construida en base al bien común es más estable y segura que una sociedad desigual, en la que cada cual persigue su propio interés

  • Que no es mejor lo más grande, más potente y más lujoso, sino lo que satisface mejor las necesidades de la gente con menores recursos

  • Que perseguir a toda costa la creación de riqueza nos hace perder de vista lo importante que es el sostenimiento de la vida, el cuidado de las personas y del entorno.

  • Que la propiedad privada no puede ser un tabú intocable. Que toda la riqueza debe estar, como dice la Constitución en su artículo 128.1, que toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general y que hay que explorar nuevas formas de sustituir el dogma de la propiedad por el derecho de uso común de los bienes.

Hablemos del miedo

La epidemia del virus COVID-19 pasará. Tardará quizá unos meses y resurgirá, quizá, el año que viene porque se quedará a vivir entre nosotros hasta que no tengamos una vacuna eficaz para erradicarlo. Pero el calentamiento del planeta seguirá agravándose sin dar mucho miedo, pero sin dar marcha atrás, si no tomamos medidas drásticas. Medidas que deberán ir dirigidas, inevitablemente, a transformar profundamente nuestra economía para reducir las emisiones de GEI, dejar de consumir fósiles y consumir mucho menos.

Esa transformación económica necesariamente producirá un desplazamiento de la fuerza de trabajo, creando nuevos empleos en el sector agrícola y ganadero, en los cuidados remunerados (educación, salud, dependencia, etc.), en los sectores de las energías renovables y en los servicios. Por otra parte, se destruirá empleo en sectores intensivos en energía, especialmente en transporte, turismo y construcción. Desaparecerá una gran parte del comercio global e internacional y, por otra parte, se revitalizarán actividades industriales y manufactureras (confección, muebles, calzado, elaboración de alimentos, etc.) para cubrir las necesidades de la gente.

Es lógico que estas inevitables transformaciones generen miedo. Miedo a la pobreza, a las penurias, la inseguridad y el desamparo. Por eso es tan importante que nos anticipemos a la destrucción de empleos y el cierre de empresas, poniendo en pie toda clase de iniciativas de autosuficiencia comunitaria. Porque si las consecuencias de la transformación de la economía nos asustan, tanto miedo o más debería producirnos nuestra incapacidad para poner freno al cambio climático, poniendo en juego la sostenibilidad de la vida en el planeta y la propia especie humana.

Construir una nueva ruralidad.

Así pues, es necesario desmontar el actual sistema económico, aunque asuste a algunos. Digamos que debemos abandonar el crecimiento o digamos que debemos decrecer. Decrecer no es una tragedia, sino una necesidad y una magnífica oportunidad para organizar de un modo más sensato nuestra manera de vivir, construyendo una economía más pequeña, más cercana y menos industrializada y reduciendo de forma muy importante el consumo de energía y materiales.

En cierto modo, se trata de abandonar la acumulación y el consumismo para alcanzar un modo de vida voluntariamente frugal, más propio de las sociedades rurales que de las mega-urbes hipertecnificadas. No se trata de volver a la ruralidad del pasado, como temen algunos, sino a una nueva ruralidad. Una ruralidad más evolucionada, que vive en el territorio y no del territorio.

Una ruralidad autosuficiente y no periférica, que recupera el control y la dinámica de su propia existencia, gracias al debilitamiento de los lazos con el centro. Una ruralidad dueña de su tiempo, más pausado y comunitario.

Una ruralidad que recupera el valor de las relaciones interpersonales y los saberes compartidos. Encontrarnos de nuevo en el mercado, recuperar los telares, volver a hacer pan, pastorear ovejas, cultivar los alimentos que vamos a comer. Una nueva ruralidad, que respeta los límites físicos del planeta que nuestros antepasados tenían asumidos.

Aprovechemos la crisis económica y social generada por la epidemia para reflexionar sobre nuestra vulnerabilidad, la de todas las personas, cualquiera que sea su país, su religión, sus intereses y opciones políticas, ante un minúsculo organismo que no conoce fronteras. Y recordemos también que el cambio climático sigue agravándose y pende, como espada de Damocles, sobre la biosfera y el futuro de la especie humana. Tenemos que abordar una época de grandes cambios, no exentos de penurias e incertidumbres pero, al mismo tiempo, cargada de oportunidades de recuperar una vida más plena en un mundo más amable. Tenemos que hacerlo, sabemos que somos capaces, podemos hacerlo.

Luis González Pérez

Casavieja, marzo de 2020

Un comentario

  1. Me ha encantado !! Muchas gracias Luis por expresar tan bien lo que muchos pensamos. Y a ti Lena por difundirlo. Un abrazo a ambos, que tanto añoramos en estos dias Pilar

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