Pablo Marín Martín
Un estudio revela que el número de ejemplares de Pinus sylvestris y Pinus nigra que nacen y prosperan en la sierra de El Arenal ha disminuido drásticamente a lo largo de las últimas décadas. En los trabajos sobre la viabilidad de semillas de P. nigra se evidencia la baja producción de piñones viables, el bajo porcentaje de germinación, así como una escasa capacidad de implantación de las plántulas.
Corren tiempos difíciles para la flora de montaña. El cambio climático obliga a las especies a ascender en altitud buscando las condiciones idóneas de habitabilidad. Es por esto que las especies de montaña sean las primeras en sufrir las consecuencias del calentamiento global, al encontrarse en el límite altitudinal y sin poder ascender más. Los vetustos pinos serranos y cascalbos que aún perduran en algunos lugares de la vertiente sur de Gredos, de apariencia robusta e imperturbable, son en realidad una singularidad botánica sumamente frágil, expuesta a factores climáticos que vuelven incierta la permanencia de estos dos pinos en un futuro no muy lejano.
El cinturón forestal de pinos montanos que llegó a su apogeo durante la época fría del Holoceno ahora se va desdibujando poco a poco. Cada vez más aclarado, compite en clara desventaja con un pino resinero que va asentándose a mayores altitudes gracias a su rusticidad y a su carácter frugal. El pinar genuino de la alta montaña mediterránea se encuentra en grave crisis. Hay lugares en El Arenal donde los resineros son ya los pinos que crecen más arriba. El cinturón de pinar altimontano está en franco retroceso, no sólo como consecuencia de una deriva progresiva hacia condiciones más térmicas desde la época glacial, sino también por factores antrópicos como los incendios o el sobrepastoreo. En 2009 sucumbieron a las llamas el 85% de los pinos serranos de la jurisdicción de Cuevas. En 2005, otros cientos de ejemplares de las dos especies quedaron calcinados en el incendio de Casavieja. Y otros tantos en incendios de menor extensión por el Valle del Tiétar. El cambio climático actual puede que suponga la puntilla definitiva para estos valiosísimos testigos de los antiguos y genuinos bosques de Gredos.
Durante la primavera de 2017 recorrí la sierra de El Arenal para cartografiar sus más de 1200 pinos serranos y cascalbos. Fueron 10 salidas de campo. Estas salidas duraban unas 10 horas, y en ellas anduve unos 120 km en total. Fue un trabajo exigente, yendo de pino a pino, desde el límite con Cuevas hasta el límite con El Hornillo. Los datos recogidos fueron múltiples: perímetro del fuste, producción de piñas, estado fitosanitario, presencia de desventrados en la base del tronco (extracción de teas), si tenía signos de incendio (tizne), si habían sido descandalados para leña,… También cogí las coordenadas de las majadas de los antiguos cabreros con las que me iba encontrando, para hacerme a la idea de que, en tiempos no tan lejanos, estas laderas eran el escenario donde transcurría el día a día de numerosos cabreros durante el verano. A esta base de datos uní las variables topográficas para cada pino (altitud donde crecía, orientación, pendiente, rocosidad en superficie, y otras variables relacionadas con la cercanía a arroyos y la disponibilidad hídrica).
Una vez finalizado el trabajo de campo, los diámetros se agruparon en varias clases diamétricas (de 0 a 25 cm, de 26 a 50 cm, etc,…), tanto en P. nigra como en P. sylvestris. Pude comprobar que las clases de edad del pinar actual (para ambos pinos) estaban condicionadas en gran medida por el uso que se ha hecho del territorio por parte de los habitantes de El Arenal. Es decir, la sociedad condicionó las tasas de regeneración del monte a lo largo de los últimos siglos. Por ejemplo, abundan los ejemplares por encima de los 225 cm de perímetro. Estos pinos nacieron antes de mediados del siglo XIX, cuando la demografía de los pueblos del Tiétar no había alcanzado aún las cifras extraordinarias de la primera mitad del siglo XX y la carga ganadera era considerablemente menor. Aparte, estos pinos medraron en una época conocida como la Pequeña Edad Glacial, donde el clima les debió resultar más acorde con sus necesidades ecológicas. A medida que nos adentramos en el siglo XX, la tasa de regeneración del pinar desciende hasta un mínimo hacia 1920. Es por ello que los ejemplares entre 125 y 225 cm de perímetro sean mucho más escasos que los individuos más longevos, aspecto que sólo puede ser consecuencia de la mano humana. Este hecho responde a una intensa actividad de pastoreo desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, coincidiendo con las décadas en que hubo más habitantes en el municipio. La tasa de regeneración del pinar se incrementa con el abandono de los usos tradicionales (abandono de la ganadería caprina) en los años 60: observamos mayor número de pinos con perímetros entre 75 y 125 cm. Durante la década de los 60, las políticas de reforestación hicieron casi imposible tener ganado pastando en el monte. Eran muchos los baldíos que se plantaron de pinos, y la figura del cabrero fue estigmatizada en muchos de los pueblos de la comarca. Durante los años 60 y 80, el pinar sufre un repunte de regeneración gracias a esta medida. Sin embargo, a partir de los años 80 el número de pimpollos nacidos no ha hecho más que caer en picado hasta la actualidad. ¿Es a causa del cambio climático?, ¿o es debido al aumento de la población de cabra montés y a la herbivoría asociada? O a lo mejor, ¿es consecuencia de una compactación de los suelos por ausencia de ganado y una excesiva matorralización del paisaje? Puede que las medidas restrictivas respecto al caprino pudiesen haber tenido un efecto boomerang: positivas a corto plazo, pero contraproducentes al medio. La casi nula regeneración actual ha de ser interpretada por los gestores.
Es bien conocido que el pino laricio suele presentar problemas de regeneración, y que las plántulas del silvestre también tienen bajos porcentajes de supervivencia en los macizos montañosos mediterráneos. A diferencia de otras latitudes más altas, en el área circunmediterrénea las jóvenes plantas de P. sylvestris sufren la sequía estival y el exceso de insolación, siendo extremadamente sensibles a ello, por lo que muchas veces el porcentaje de supervivencia tras el primer verano es nulo. A día de hoy, sabemos que el contexto climático no es el más idóneo para que se regenere el monte. Pero no sabemos nada acerca del estado de las semillas. Por esta razón decidimos abordar un estudio sobre viabilidad de piñones de P. nigra. En este caso, debo dar las gracias a la Universidad Católica de Ávila por la ayuda inestimable y desinteresada. Desde ella se llevó a cabo el trabajo de laboratorio. Hay que ser cautos con los resultados obtenidos, ya que la recogida de muestras se ha hecho durante una única temporada, y esta especie de pino presenta una acusada vecería entre unos años y otros. No obstante, las conclusiones son poco halagüeñas: la cantidad de piñones por piña es considerablemente más baja a lo esperado, y el número de semillas vanas es alarmantemente alto. La viabilidad de las semillas bien formadas es muy baja (prueba del tetrazoilo), y su tasa de germinación es baja. Además, las pocas plántulas que consiguen germinar en condiciones favorables de humedad y temperatura presentan un aspecto raquítico con unas acículas cortas.
¿A qué se puede deber esta pésima viabilidad? ¿A una reducción poblacional progresiva y un cuello de botella en términos genéticos? ¿Es la endogamia entre estos pocos cientos de individuos algo a considerar? ¿O son más bien los coletazos derivados del estrés climático en los ejemplares? ¿O tal vez es fruto del envejecimiento poblacional? Al menos yo desconozco las respuestas.
En mis salidas para recabar información, he recuperado el aliento a la sombra de muchos de estos pinos majestuosos. Creedme que estos pocos ejemplares salpicados aquí y allá son fundamentales para crear espacios de contraste con el resto de zonas insoladas. Los pájaros carpinteros vuelan de un viejo pino a otro en trayectos rectilíneos, y las rapaces aprovechan sus copas aparasoladas por los incontables nevazos de antaño para anidar. Que nunca nos falte un pino en la sierra al que poder observar desde la ventana de casa cada mañana.