Lena Pettersson
Existen numerosos estudios científicos que muestran que las zonas verdes en las ciudades mejoran la salud de los habitantes: reducen el estrés, los problemas cardiovasculares, el riesgo de padecer asma en los niños (sobre todo si hay una variedad de plantas con predominio de las nativas), a la vez que mejoran nuestro sistema inmunológico, salud mental, capacidad de atención, etc.
Aunque creo que sin haber leído estos estudios, la mayoría de la gente se da cuenta de que la presencia de árboles, de flores y de pájaros nos alegra el espíritu, nos invita a salir a pasear y nos hace más contentos en general.
Cualquier espacio verde es de agradecer. Sin embargo, no todas las zonas verdes nos levantan el ánimo de igual manera; en Ávila hay espacios diseñados con sensibilidad y conocimiento, y otros bastante carentes de ello.
Un aspecto que me suele llamar la atención es la colocación de los bancos en estos espacios: en lugar de permitir sentarnos en rincones bonitos y resguardados, parecen asientos para espectadores de coches. Y otro: la importancia que se da a las plantaciones de florecitas en las rotondas y espacios entre las calles, mientras que las zonas por donde caminan las personas muchas veces están muy descuidadas.
Y un tercer aspecto: las vallas, como las de dos metros de altura que cierran los lados del espacio verde que hay entre las calles de las Víctimas del Terrorismo, en la parte sureste de la ciudad. No son nada estéticas, y desconozco su función. Unos setos delimitando la zona habría añadido más interés a este espacio creado sin mucha imaginación (aunque mejorará con el tiempo, a medida de que crezcan los árboles).
En cambio, el Parque de las Hervencias reune la mayoría de las cualidades deseables de un parque: invita a entrar, a moverse, a mirar, oler, escuchar y descubrir. Hay variedad: de plantas, rocas, elementos como un estanque con patos, construcciones y flora que ya formaban parte del lugar y que ahora se han integrado en el parque, y hasta poesía escrita…